Chile: seis formas de combatir la sequía y la desertificación
Comunidades chilenas afrontan con éxito el reto de la escasez hídrica.
Para la zona central de Chile, la década de 2003 a 2013 fue la más seca en 150 años. El cambio climático, sumado a prácticas agrícolas y ganaderas que han degradado progresivamente los terrenos, ha provocado que la desertificación ─que afecta al 79% del territorio chileno en algún grado─, sea un gran problema para muchas personas que viven en áreas rurales.
Con el objetivo de apoyar a estas comunidades, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y la Unión Europea (UE) se aliaron en 2007 para impulsar el Programa para Combatir la Desertificación.
Ochenta y ocho comunidades han podido diseñar proyectos e implementarlos por sí mismas para revertir el impacto de sus actividades sobre el medioambiente y mejorar su calidad de vida. Más de 4.700 familias y 19.000 personas han logrado fortalecer sus capacidades para adaptarse a los efectos del cambio climático. ¿Cómo lo han hecho?
Energía sostenible
Marjorie Figueroa es una de las emprendedoras que en Paine, 45 km al sur de Santiago, ofrecen platos preparados y artesanías. Durante mucho tiempo, ella y sus colegas recurrían a la leña como combustible, un recurso cercano y accesible. Sin embargo, se dieron cuenta de que ello estaba acabando con el bosque nativo y contaminaba el aire de su localidad.
Así, la Junta de Vecinos local se unió y diseñó un proyecto orientado a las microempresas de la zona, fuente de ingresos de varias familias de la comunidad. Seis de ellas, gestionadas por 24 mujeres emprendedoras, pudieron construir e instalar tecnologías que recurren a la energía solar o utilizan la leña con mayor eficiencia. Esto les permite ahorrar en energía y producir de un modo más respetuoso con el medio ambiente, sirviendo de modelo para otras comunidades y microempresas.
“Ahora tengo un emprendimiento donde cultivo árboles nativos y hierbas medicinales, del que vivimos toda mi familia. Y eso es un orgullo, porque a una le da razones para creer que puede hacer cosas. No hay un ‘no’ como respuesta. Muchas veces a mí me han dicho: ‘No’, y eso me ha dado el impulso para preguntarme: ‘¿Y por qué no? ¿Por qué no, si se puede hacer?’ Eso es lo importante”, dice.
Reciclar el agua
Hace décadas que en La Ligua de Cogotí, una aldea a unos 300 km al norte de Santiago, apenas cae agua, más allá de la que aporta la humedad de la neblina. Muchas familias han debido abandonar prácticas tradicionales ─como disponer de una huerta en la casa para autoabastecerse─ porque se han visto forzadas a destinar el agua exclusivamente al consumo humano.
La familia de Luis Plaza fue una de las diez que se unieron para capacitarse y acceder a los materiales y el asesoramiento técnico para instalar por sí mismas un novedoso sistema de biofiltros en sus hogares. El agua que emplean en el lavaplatos y la ducha es depurada y puede reutilizarse en un 70% para el riego de plantas y árboles, aumentando la soberanía alimentaria y los ingresos de las familias.
“Hay algunos vecinos y vecinas que no confiaban en los biofiltros, porque no tenían espacio suficiente, o porque no veían claro que fuesen a funcionar. Pero ahora todo el mundo va viendo que estamos reutilizando un agua que antes se perdía; hacemos más con la misma agua que antes. Esto va a servir como un espejo para los demás vecinos”, asegura.
Agua pura de vertiente
En la comunidad vecina de Los Sapos, María ha sido testigo de cómo muchas de las fuentes de agua que abastecían al pueblo se han secado. Ello, además, supone un gasto y un esfuerzo logístico enorme para la Municipalidad, que cada semana abastece a las seis familias de la aldea con 1.000 litros de agua por hogar.
Junto con sus vecinos, María Olivera diseñó un proyecto para traer agua de una vertiente cercana, canalizarla desde lo alto de la cordillera, a más de 2.000 metros, y acumularla en grandes tanques. Si bien el esfuerzo fue grande, la solución ─y la organización comunitaria─ les ha permitido tener una mayor disponibilidad de agua.
“Ahora, puedo dar de beber sin problema a los animales, regar las flores de mi jardín, mantener los pisos limpios… Así no nos quedamos sin reservas y podemos complementar lo que sacamos con el agua que recibimos cada semana. Sin esta ayuda, habría sido muy complicado”, cuenta María.
La niebla, fuente de vida
La falta de precipitaciones -que se han reducido a la mitad respecto de los niveles de 1900- y la desertificación llevaron a la Comunidad Agrícola Peña Blanca a pensar en alternativas para preservar la rica vegetación del Cerro Grande, a 400 kms de Santiago. Con apoyo del PNUD, crearon una reserva de 106 hectáreas donde introdujeron diversas plantas nativas.
Pero, ¿cómo abastecer de agua esta reserva teniendo en cuenta la escasez hídrica? Aprovechando un fenómeno meteorológico recurrente en la región: la niebla. Un sistema de atrapa nieblas convierte este fenómeno meteorológico en agua y la almacena en tanques acumuladores. Esto permite regar la vegetación y desarrollar nuevas iniciativas productivas, como la elaboración de la primera cerveza artesanal con agua de niebla, presentada en la Expo de Milán en 2015.
“Hemos entendido que la niebla puede ser una fuente importante de captación de agua, ya que ésta también nos ha servido para la bebida de los animales y, últimamente ─debido a la gran escasez─, para uso doméstico. Hemos implementado un centro de estudios de la niebla y he podido participar en diversas actividades de educación ambiental”, asegura Daniel Rojas, presidente de la Comunidad Agrícola Peña Blanca.
Agua de lluvia
No solo la niebla es fuente de vida para las comunidades chilenas, también lo es la lluvia. Veintidós familias han instalado en sus casas sistemas de cosecha de agua de lluvia, utilizando lo que recolectan para beber y regar sus cosechas en un invernadero.
En tres meses, acumulan hasta 4.000 litros de agua que conectan a un invernadero.
“Antes plantábamos poco, porque apenas teníamos agua. Pero ahora, con el sistema y el invernadero, podremos usar el agua que cosechamos para tomar y para regar. Es un gran cambio”, dice Vitalicia Muñoz, agricultora.
Semillas resistentes al cambio climático
El trafkintü, ceremonia practicada por los indígenas mapuches desde tiempos ancestrales, consistía en el intercambio de semillas y conocimientos asociados entre distintas comunidades. Esta práctica se ha retomado, reuniendo a cientos de personas que luchan por combatir los efectos del cambio climático y conservar la biodiversidad.
Las semillas criollas se han traspasado de generación en generación y se han ido adaptando a diversas condiciones climáticas. ““Me llevo unas 20 o 30 semillas nuevas, que espero que se adapten a las condiciones que nosotros tenemos. Pero también me llevo conocimiento, ya que todos venimos de sectores que tienen realidades ambientales diferentes, pero conectadas”, dice Flavia Bustos, emprendedora.
A través de prácticas sencillas e innovadoras y con la participación activa de la comunidad, es posible mitigar los efectos del cambio climático y adaptarse mejor a él, proteger el hábitat ante la degradación de tierras y de la sequía y aumentar el bienestar de las personas.