El día a día de las mujeres en Siria
Después de más de cinco años de guerra en Siria, la mitad de la población huyó de sus hogares, ya fuera para refugiarse en los países vecinos y Europa, o para desplazarse internamente.
Pero Siria no está vacía. Cerca de 13.5 millones de personas en Siria están necesitadas de ayuda humanitaria y uno de cada cuatro sirios vive en la pobreza debido a la guerra. Además, la guerra ha convertido a las mujeres en las cabezas de la familia.
Les presentamos a las madres, hijas, tías y hermanas sirias que están sosteniendo la vida cotidiana dentro de Siria.
Siria tiene un clima mediterráneo y es parte de la Creciente Fértil. Antes de la guerra, era uno de los principales productores del mundo de tomates, algodón y aceitunas. La agricultura empleaba a millones de personas y representaba el 21 por ciento del PIB. No obstante, la guerra afectó a los agricultores al no poder acceder a sus tierras y arrasó con la infraestructura nacional.
Las soluciones inmediatas para los medios de vida podrían depender de sus productores y agricultores, en su mayoría mujeres, que son la piedra angular del suministro de alimentos en el país.
Las agricultoras de Siria se están esforzando en producir lo suficiente para sostener a las poblaciones más vulnerables de sus regiones.
La leche y los huevos de sus granjas son de vital importancia en tiempos de guerra, cuando el mínimo miligramo de proteína y calcio favorece una mejor la nutrición y elimina el hambre.
De la granja: Con el apoyo del PNUD, pequeñas empresas familiares procesan lácteos, como en esta fábrica que utiliza la leche para producir labneh (yogur) y quesos
Waeed es una mujer de 34 años de edad que encontró trabajo en un taller de fabricación de queso, después de asistir a un taller de productos lácteos organizado por el PNUD. Waeed, originaria de Idlib, huyó a Hama cuando el Estado Islámico del Iraq y el Levante (ISIS) invadió su ciudad en 2014.
“Este empleo fue mi salvación. Aprendí cómo producir queso en un corto período de tiempo. Ahora, el ingreso me ayuda a dar a mis hijos lo que necesitan diariamente, sobre todo para cubrir sus necesidades escolares.”
“Trabajaba en una tienda de comestibles local, aunque también ayudaba con las tareas agrícolas y la construcción. Cuando nos convertimos en desplazados, pasamos a depender principalmente de la canasta de alimentos de las organizaciones benéficas de ayuda humanitaria y del dinero de nuestros familiares. Este trabajo ha cambiado mi vida. No hay palabras para describir lo feliz que estoy de despertar cada mañana sabiendo que tengo un trabajo estable y que mi familia ya no tendrá que preocuparse por la comida o la vivienda.”
–Wesaal, participante en un proyecto del PNUD y actualmente desplazada en Hama. empleo
La infraestructura eléctrica de Siria ha sufrido un profundo deterioro debido a la interminable guerra. Sin refrigeración y sin corriente eléctrica constante, la comida a menudo requiere métodos de conservación tradicionales. Durante la cosecha, los tejados de las ciudades están adornados con berenjenas, pimientos y otros productos puestos a secar al sol.
“He trabajado en este taller de producción de alimentos casi un año. Ahora gano lo suficiente para mantener a mi familia.” –Soumia (Hama).
En muchos centros de producción de alimentos en toda Siria, las mujeres trabajan para escoger, secar, conservar en salmuera y preservar la cosecha para los fríos meses de invierno que se avecinan.
Lina es una madre de 32 años que se convirtió en el sostén de su familia tras la muerte de su marido.
“Mi hijo estuvo muy feliz al ver su nuevo uniforme escolar, que compré con mi primer sueldo y con el que pudo asistir, emocionado, a la escuela. Su sonrisa es todo lo que deseo.”
Rana, y su familia compuesta por ocho personas, huyó de Rastán para escapar del grupo militante Frente Al-Nusra. Poco más que una adolescente, esta cabeza de familia elaborar compotas de fresa, melocotón y albaricoque para mantener a su madre y sus hermanos.
En la sociedad siria, al igual que en las cocinas de todo el mundo, las matronas son las depositarias del acervo culinario y guardan recetas familiares de siglos de antigüedad. La alimentación forma parte de la identidad. En la actualidad, las abuelas están transmitiendo la tradición y el patrimonio culinarios a las mujeres más jóvenes. Las mujeres desplazadas también están introduciendo una cultura culinaria regional a sus comunidades de acogida, con el fin de ayudarlas a expresar su identidad y a facilitar su integración en sus nuevos hogares.
En la ciudad de Tartús, muchas mujeres desplazadas, por encontrarse en una nueva ciudad y en un papel desconocido como cabezas de familia, están tomando cursos de cocina a fin de mantener vivos los platos tradicionales sirios.
Antes de la guerra, el gobierno sirio subvencionaba los cereales destinados a la panificación. Cuando comenzó la guerra, la harina fue uno de los primeros alimentos básicos que desaparecieron de los mercados, dejando sin trabajo a muchas panaderías, entre ellas los pequeños establecimientos familiares.
“Mi marido era dueño de una panadería en Deir ez-Zor. Para sobrevivir, nos vimos obligados a vender todo lo que teníamos, hasta que no nos quedó nada. El año pasado, mi hija murió de tuberculosis debido a la falta de medicamentos. Más tarde, mi marido murió al intentar salir de Siria. A la edad de 40 años me encontré sola con mis cuatro hijos y sin ninguna fuente de ingresos.”
A través de un proyecto del PNUD de apoyo a las pequeñas empresas alimentarias, Rehab está horneando de nuevo el tradicional pan sirio y así obtiene ingresos suficientes para tener una vida decente.
La guerra con frecuencia trae consigo un aumento de las enfermedades relacionadas con el saneamiento y el agua. Los servicios de saneamiento y recolección de basura se han venido abajo o no se dieron abasto en muchas ciudades. Muchas mujeres están participando en la lucha contra las plagas y trabajando en el saneamiento para detener la propagación de las enfermedades.
Los jóvenes sirios a menudo participan como voluntarios en la plantación de árboles, recolección de desechos y pulverización de pesticidas orgánicos para evitar la propagación de las enfermedades.
Por pura necesidad, han surgido las primeras mujeres fontaneras en Siria.
Aisha, su marido y sus cinco hijos abandonaron la ciudad asediada de Alepo. Aisha siguió una capacitación facilitada por el PNUD para convertirse en fontanera, porque la pareja no podía llegar a cubrir sus necesidades con un solo ingreso. Además de ayudarle a poner pan en la mesa, Aisha se siente orgullosa de saber reparar tuberías que permiten llevar agua potable y limpia para las familias.
La fontanería no es la única carrera poco convencional que las mujeres sirias están practicando. Farah es ebanista en un taller del PNUD en Hama y tiene como objetivo mantener vivo el patrimonio cultural sirio a través de los muebles que talla con todo esmero.
Los precios de la energía y del combustible se han disparado debido a la guerra. Ghosoun trabaja en un centro de producción de briquetas del PNUD, en Tartús, en el que transforma los residuos orgánicos en asequibles briquetas combustibles para estufas y calefacción.
“Me alegro de que mis briquetas sean de utilidad a las personas para calentarse,” dice Ghosoun.
Los agricultores están dando prioridad a los cultivos de alimentos. Sin algodón, muchos sirios como Sanaa están siendo creativos y reutilizando viejas telas para hacer prendas de vestir y ropa de cama para mantener a las personas abrigadas.
Con el fin de unir a las personas, las mujeres sirias han jugado un papel importante en la promoción de una cultura de paz dentro de sus comunidades o donde quiera que fueron acogidas. Las mujeres se valen de la fotografía, la música, los deportes y otras actividades sociales para fomentar una actitud positiva y un espíritu de tolerancia, aceptación y compromiso en plena violencia, odio y desesperanza.
Tras la muerte de su marido, Sawsan comenzó a tomar clases de fotografía con el PNUD en un centro comunitario en Tartús. Ahora afirma que estas clases aumentaron su confianza a medida que participaba más en actividades comunitarias, y ahora puede expresarse y comprender el sufrimiento de sus vecinos a través del arte.
Las mujeres ahora son responsables de su defensa personal y por ello deben ser más cuidadosas y estar alertas en un ambiente tan violento como en el que viven. En un centro comunitario apoyado por el PNUD se dan clases de defensa personal como el boxeo, que es uno de los muchos lugares donde las mujeres se relacionan y forman redes para enfrentarse emocionalmente con estos tiempos de guerra.
Autores: Lamia Dib, Manal Fouani and Lei Phyu de PNUD fotos y entrevistas colectadas por PNUD Siria en Siria.